A pesar de que estoy viendo como toda mi vida se desmorona en pedazos a causa de un terrible mal ancestral, tan antiguo como el propio universo, el mismo mal que puso a mi mejor amigo en mi contra, a mi amada esposa en un sueño eterno, y a mi valiente pueblo a padecer la más terrible de las pestes.
Aún así no puedo desplomarme ante este fatídico terror del destino, mi código de guerrero honorable me indica que debo seguir adelante, sin importar las tribulaciones, sin retroceder nunca, ni rendirme jamás, insistiré con todas mis fuerzas para encontrar una solución a toda esta crisis existencial.
Y con los primeros rayos de luz del alba, bajo un cálido amanecer bermejo, tan rojo como la sangre de todos los asesinos enviados a eliminarme aquella madrugada, enfrentaré por última vez a mi amigo e intentaré liberarlo de su maldición, para hacer despertar a mi amada esposa y salvar a mi pueblo de su cruel penitencia.
No puedo matar a mi mejor amigo, pero si voy a usar todo el temple que me queda para acertar un duro golpe en aquel maldito demonio oculto tras las sombras, manipulándolo, solo quiero hacerlo emerger de las tinieblas que lo cubren, aunque sea una sola vez, y míralo cara a cara para escupir en su rostro inmortal con la verdad de la luz pura proyectada por mí hoja de acero, demostrándole que no le temo, porque el miedo es la herramienta más estéril de los cobardes…
Incluso si se trata de los propios dioses…

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